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miércoles, 30 de mayo de 2012

EN OTRAS TIERRAS



En estas tierras,
ciudades de casas ciegas
sin sol en las ventanas,
esconden voces de barro,
frágil suelo de la calle
donde se acaba el hombre.

Tal vez en tierras lejanas
vuelen las mariposas
que nacen en la mirada. Allí,
donde el pétalo caído
duele siempre en cualquier flor.

Tal vez en otras tierras se encuentre
un nuevo sol y agua limpia de verdad,
y los trajes de domingo
no atavíen los engaños.
Y un rastro de luz,
mar adentro nos aleje
de esa orilla entre penumbras.

No, en estas tierras no,
tal vez en otras tierras.

viernes, 18 de mayo de 2012


SIN RESPUESTA
                                                              ¿Qué razón tiene el vivir, cuando aquello

                                                                     en que se sustenta es ya pasado?

                                                                                    Luis Cernuda



Hace frío como aquel día.

Y la morada de su ser

es un muñeco de nieve bruna

que rezuma soledad.



Han pasado veinte años.

Hace el mismo frío,

y sin ella, las nubes ocultan el Sol del tiempo,

y surge del cosmos

un silencio sin respuesta.

martes, 15 de mayo de 2012

SOLEDAD


Arena sin tiempo,
silencio,
luna negra,
cárcel del deseo:
llueve de tu vaso el mar,
abre los ojos del Sol
y déjanos ser brizna que corteja el aire.

sábado, 12 de mayo de 2012

CUANDO MENOS TE LO ESPERAS

La felicidad nos elige y hoy, por momentos, creo que ha sido así ...

A esos amigos que le han puesto color a mi día: ¡un fuerte abrazo!



viernes, 11 de mayo de 2012

TURBIO


Sumisamente expectante me encontraba, un día más, bien amarrado con correas a esa silla. ¿Qué harían hoy conmigo? No abriría la boca. No conseguirían nada, aguantaría lo impensable. Aparecieron de nuevo portando la misma sustancia que el día anterior. ¿Cuáles serían sus efectos? Intenté liberarme de aquellas ataduras al tiempo que de mis dudas, pero no pude. Uno de los dos se dirigía directamente hacia mí. Cuando sentí su aliento en mi cara chillé de impotencia, circunstancia que aprovechó para introducir en mi boca aquella vomitiva materia. Fue un momento ciertamente complicado para los tres. Y sí, ingerí al fin esa primera cucharada de papilla... y muchas más.



jueves, 10 de mayo de 2012

ATRAPADO


Anhelaba la rima

que esconde el silencio.

Y allí, en el envés,

en la escarcha de las sombras,

como polvo

quedó entre sus versos.

lunes, 7 de mayo de 2012

LA VERDADERA HISTORIA DE MI CUERPO



       Tendría unos catorce años cuando, un día, al salir de la ducha, abrí el mueble-espejo del baño para procurarme una tirita que protegiese la pequeña rozadura que llevaba bajo el tobillo derecho. Advertí que maniobrando con las puertas laterales de aquel mueble, se obtenía una perspectiva de mi cara desconocida hasta el momento. Mientras recordaba que a mi padre le servían, durante el afeitado, para dejar sus patillas lo más igualadas posible, contemplé una nariz desconocida, unas orejas muy grandes, una frente amplia y curvada y un pelo repleto de remolinos. Para tener la certeza de que aquel realmente era yo, realicé una serie de muecas cuyo reflejo confirmó mis temores.
       Pensando que aquellos espejos tuviesen algún defecto, busqué otros que me sosegaran. Entonces encontré, en el armario de la habitación de mis padres, un nuevo laboratorio; en la parte posterior de las puertas centrales, dos lunas permitían seguir observando más fallos de fábrica: piernas largas y desiguales, abdomen abultado en exceso, una chepa tremenda y una serie interminable de desproporciones que remataban una asimetría casi "perfecta".
       No sólo me asustaba verme ante los espejos de casa; no soportaba los de ascensores, escaparates, ni siquiera estar delante de cualquier superficie que pudiese devolver vagamente mi imagen. Mi inseguridad aumentaba con los días.
       Pasado el tiempo me convencí de que aquella perspectiva tampoco era la buena; quería saber cómo me percibían los demás. En este intento de continuar investigando, un fotomatón cercano a mi casa se convirtió en mi aliado. Allí dejaba toda la asignación semanal en fotos frontales, de perfil, y, cómo no, en otras donde ensayaba posturas que disimulasen, en la medida de lo posible, cada uno de los innumerables defectos de mi cuerpo procurando siempre que, durante el proceso de secado de las fotos, nadie de los que hacía cola para usar la máquina pudiera verlas.
Ahora, después de muchos años, tengo cámaras de vídeo instaladas por la casa que recogen imágenes mías desde todos los ángulos posibles y que más tarde examino; las paredes y el techo están cubiertos de espejos y pronto una empresa de Barcelona hará lo mismo con el suelo. Así, le hago frente al problema y, al tiempo, descubro en mí nuevas deformidades. Me encuentro mucho mejor y casi he olvidado la época de visitas continuas a psicólogos y psiquiatras. Pronto, muy pronto, mi cabeza terminará por conocer cada una de mis imperfecciones y todo se solucionará: ya tengo localizado al cirujano plástico más celebre del país... Después, se acabarán de una vez los odiosos barracones de feria. Cambiaré de ciudad y, allí, nadie sabrá la verdadera historia de mi cuerpo.

domingo, 6 de mayo de 2012

DE CERO A INFINITO



Ángel Gálvez
 LA SALIDA                                            Capítulo I
          


A lo lejos se divisaba la irregular figura del Citroën dos caballos que era el nexo de unión entre el cuerpo y el espíritu, ya que él sería el encargado de llevarnos desde un lugar preciso de la avenida de Burjassot, en Benicalap, hasta mi querido pueblo, Andilla. Era de un color azul, ese color del cielo después de las comidas de los sábados con yogur de La Lechera y Heidi como postre. Mi tío, con su cigarro negro del momento en la boca, se me presentaba como el principal aventurero de todos los tiempos. Seguro que hizo sonar el claxon en repetidas ocasiones a la espera de que mi tía dijera: ¡ya está todo Pepe!, se iniciara la marcha y momentos después recordase que la carne para la paella se había quedado en el banco de la cocina. Mi primo y mi prima se encontraban en la segunda fila de la nave. Mi primo pensaba en los gorriones que podría abatir en los árboles del paseo y mi prima revisaba la bolsa de los discos. Comprobaba que Miguel Ríos estaba allí, junto al cuaderno de los deberes, sabiendo que el de Granada, ensayando los saltos que años más tarde se darían en sus giras, saldría de esa bolsa de Lanas Aragón para facilitar sus sueños y los de su inseparable María Amparo, otra prima común. La compañera de viaje de Miguel lo tenía más difícil, aquella libreta con las tareas pendientes salía menos de la bolsa que Franco de España. ¡Cómo puede tener el mismo peso específico un problema aritmético que los secretos a compartir bajo la parra del tío Vicente! Con suerte vería al chico con problemas de acné que conoció el último verano y que tal vez en esta ocasión se fijaría en ella.
Mis padres ya habían terminado de recogerlo todo y mi hermano “el nano” y yo nos encargábamos de que algunos de los bultos para la odisea rodaran en el recibidor de casa como consecuencia de algún que otro balonazo. Se convertía por momentos un modesto pasillo en una alfombra verde, a semejanza del césped de Vallejo o de Mestalla, y aquel marco de la puerta del fondo tomaba forma de portería reglamentaria, aunque con una perspectiva como la que se tiene cuando se saca un córner. Así era difícil hacer un gol. Quizá por eso no pasamos de jugar en campos de patatas y en algún que otro derby “nacional” contra nuestros vecinos de La Pobleta. Era necesario comprobar que la presión de inflado de aquel balón de feria se correspondía con la que la FIFA estimaba pertinente.
Mi tía cogió el monedero y de soslayo comprobó que ahí estaban las llaves de la casa del pueblo. Suspiró silenciosamente. Hubiera sido incómodo interrumpir la marcha para volver a cogerlas, pero lo irritante hubiese sido darse cuenta una vez allí.
Nosotros bajábamos por las escaleras detrás del balón pero sin controlarlo, vamos, como hicimos durante nuestras dilatadas vidas de peloteros de partidos amistosos y campeonatos “internacionales”. Mi padre repetía por enésima vez que, o nos comportábamos o la pelota se quedaba en casa. Mi madre repasaba esos pocos metros cuadrados que con su gracia especial había convertido en un hogar. Estaba tranquila: los grifos cerrados, la espita del gas en su sitio y las luces apagadas. Sólo faltaba dar dos vueltas a la cerradura y acelerar el paso para alcanzarnos. Con el balón en las manos y el nano haciéndome un marcaje férreo, observábamos ambos cómo mis padres hacían juegos malabares para que el equipaje de fin de semana no rodara por los suelos ante los atónitos ojos de los transeúntes que, como yo, seguro que se preguntaban por qué los adultos no multiplican sus brazos o dividen su equipo. A nosotros lo que nos preocupaba era el balón. No entendíamos la importancia que podía tener por ejemplo la ropa. Acaso era el equipaje del Valencia o del Levante (sí, tuve y tengo el corazón partido).
Llegamos al punto de encuentro apenas a cincuenta metros del patio. Enseguida divisé los dos caballitos que nacían del capó del Citroën. No es que no se viera todo el vehículo, pero en el recuerdo veo esas figuras plateadas, en apariencia estilizadas, que luego albergaban sus cuerpos (al menos eso es lo que yo imaginaba) bajo el capó curvado de la nave de la ilusión. Se acercaba el inicio de la aventura, para mí lo era, ¡estaba en manos de la biodramina! Siempre la recuerdo amarilla y desagradable. Si no vomitabas en el tiempo en que el agua ayudaba a que, después de pegarse en el paladar, hacer carambola con las campanillas para más tarde y por aburrimiento bajar hasta el estómago, lo habías conseguido, las curvas con las que iba a enfrentarme después de la Dehesa de Pardanchinos no serían obstáculo. Pasado el tiempo, esta carretera me ayudó a entender la gráfica del seno.
Cuando tomas biodramina consigues que todos se preocupen por la tapicería del coche y, con un poco de suerte, puedes ocupar un puesto de privilegio en el mismo.
El vehículo se detenía más o menos donde mi tío quería. Él descendía, le besábamos y después continuábamos besando a los de dentro. Estos besos, que anunciaban una futura escoliosis tanto de los que entrábamos en el habitáculo como de aquellos que se encontraban dentro del mismo, eran el único salvoconducto para el viaje. ¡Qué difícil es dar besos dentro de un coche! Los cuerpos adoptan posturas inverosímiles hasta encontrarse. Esta dificultad se incrementó al cumplir los 18 años y sacarme el carné. ¡Entonces sí que era complicado dar un beso en el coche!
Mi tío abría las puertas traseras y solucionaba el problema del espacio y el tiempo de una forma relativa. Intentaba que aquel modesto utilitario se convirtiera en un autobús de la Hispano-Chelvana y de verdad lo conseguía. ¡Qué fácil veía yo entonces la transformación de la calabaza en carroza! Nosotros le ganábamos a Cenicienta en que ya llevábamos los caballos, pero ella no llevaba ese número ilimitado de bultos. En el instituto comprendí cuál era el significado de un ocho tumbado a la bartola que es el signo de infinito.
No muy lejos de allí, mi tío Vicente estaba cargando su Renault 4 entre prisas y nervios de sábado con sabor andillano. Lo más probable es que después de un par de viajes con bultos y de comprobar que su vehículo todavía llevaba las cuatro ruedas, dejara pegado el dedo índice en el timbre para de esta sutil forma indicar a mi tía y mis primos que la hora de la partida había llegado. Los cinco pisos sin ascensor le obligaron a encender un Mencey cuya primera calada disfrutó de forma inversamente proporcional al número de escalones a los que se había enfrentado. Mi tía intentó “cazar” a mi primo para obligarle a peinarse. Él hubo de aumentar el ritmo de escapada. ¿Cómo se podía acelerar tanto con un par de chirucas, las más de las veces con algún cordón desatado?
Pasaron unos cuantos minutos y, tratándose del fin de semana, se entendía aquello de que “el tiempo es oro”. Mi tío Vicente pensaba que durante la semana los minutos de fábrica tenían más segundos, o que éstos se hacían de rogar, pues caían con la lentitud de una pluma en esos días de calma chicha. Meditaba que el tiempo nos permite todo pero también nos priva de todo. El tiempo es la vida y viceversa, ya que son inseparables. Lo anterior y posterior no importaba. El presente era Andilla.
 Mi tío miró hacia la fachada. No sé por qué, cuando se espera a alguien en la calle, se tiene la costumbre de mirar a la fachada. Tal vez la prisa obligó en alguna ocasión a descender por la misma a una familia al completo pero, de no ser la de Pérez de Tudela...
Mi tío dudaba entre fundir el timbre o encenderse otro pitillo, pero el aroma de romero en su pensamiento y la imagen de su parra, acompañada siempre de buenos momentos, estaba cercana.
La aparición en el portal de mi prima María Amparo se interpuso en la trayectoria del dedo y el timbre, pues en avanzadilla comunicaba que su hermano, al fin, había sido reducido por mi tía y pronto se acabaría la espera.
El Renault 4 pensaba que el “dos caballos” estaría por la recta de Llíria y que, al contrario de lo ocurrido el fin de semana anterior, no viajaría en compañía. Tal vez estuviesen abrevando los equinos en la gasolinera del Pozo, pues le tenían respeto a la de Los Leones (estas dos gasolineras existen en la actualidad, pero su color ya no es el mismo).
Lo que parecía imposible arribó: mi primo, a partir de ahora Vicent, se dejaba ver al fondo del zaguán. Un pobre apoyo del pie izquierdo tras sortear el último peldaño de la escalera le conduciría a una torcedura que ni las recientemente estrenadas chirucas pudieron evitar. A la noche, si le molestaba, imitaría a un potrillo sin herraje y con una púa en la pezuña. Mi tía le pondría esa venda milagrosa que tan magistralmente desenvolvía sobre el pie y que remataba en el empeine con ese lazo que tanto molestaba a Vicent en cuanto se ataba la bota. Con un poco de suerte si la presión del nudo era grande, desaparecía la causa principal debido al efecto milagroso del torniquete.
Definitivamente, era el momento de pegarle fuego al pitillo, debió de pensar mi tío.
Vicent se recuperó, sólo le quedaba ver en qué parte del coche se quería colocar María Amparo para así poderle ofertar justamente la contraria.
Mi tío miró a mi tía y, después de resoplar, alzó su mano derecha y metió la primera (¡recuerdo que este modelo disponía de tres marchas!). Sólo faltaba incorporarse a la calzada. El Benicalap de la época permitió que la maniobra fuese ágil y certera.
Vicent estaba haciendo inventario de sus “grandes aventuras” de la última semana. En poco más de una hora, la distancia que le separaría de los hechos los haría especiales y susceptibles de dejar boquiabierto a otro que también había firmado un contrato de imagen con la misma marca de calzado. Esas botas eran parte de nosotros. Llegué a plantearme de pequeño: ¿que ocurriría en un parto si el bebé venía de chirucas?
Vicent quiso mirar en su bolsa de “tesoros” para asegurarse de la presencia de su tirachinas, ese cuyo matemático funcionamiento le permitía exhibir dos uñas moradas en su mano izquierda. Había aprendido a esconder las otras tres tras la base de tan singular arma. En el ademán para alcanzarlo consiguió “acariciar” con la bota a su padre, poner nerviosa a su madre y, como su hermana no iba a ser menos, colocó ésta su nariz debajo de la mano justo en el momento en el que buscaba un punto de apoyo. Sólo hubiese faltado una multa de los civiles para rubricar una faena de dos orejas. La vuelta al ruedo no la dio porque mi tío pensó que era mejor conducir con las dos manos.
Nosotros paramos a repostar a la altura de Cementos Turia, en la gasolinera de Los Leones. Siempre esperaba ver un par de fieras junto al surtidor, pero una vez tras otra nos atendía el domador: un señor con pipa y que solía lucir un prominente estómago protegido por su peto azul. Una vez lleno el depósito, nos incorporamos a la ruta de la ilusión anónima y semanal de aquellos cuyas expectativas no son otras que compartir su tiempo libre en cualquiera de los idílicos lugares que existen y, lo más importante, con sus seres queridos. Las personas y los lugares experimentan una simbiosis tal que su recuerdo estará ligado siempre en nuestro pensamiento. Los paisajes cambian, pero las vivencias que tuvimos en determinados lugares permanecerán siempre impregnando nuestro sentir. Incluso cuando se pierde la cabeza o se enferma, quiero pensar que lo vivido deja en nosotros un sabor de recuerdo permanente, pero en intensidad superior al efímero del buen vino después de un sorbo.
Yo estaba mirando por la ventanilla la montaña de polvo bajo la cual se encontraban las instalaciones de Cementos Turia. Siempre pensaba que, si había tanto cemento dentro como diseminado en los aledaños, en España la construcción no tenía que preocuparse. Escuché algunos cursos después de este día que el sector de la construcción era un sector de arrastre, aunque, por lo que mis ojos comprobaban, aquello (el polvo) era más propio de un concurso de “tiro y arrastre”. Por unos momentos Burjassot se divisó con un tono londinense, pensé que tal vez al entrar en el pueblo, como por arte de magia, circularíamos por la izquierda, hablaríamos inglés y, lo que peor me sabía, en breves instantes pararíamos a tomar el té. Por el bombín no había problema, llevaba el de la bici.
En Burjassot otro tío mío (Manolo) tenía un pequeño taller de reparación de vehículos que, entre sufrimientos, tornillos, olor a aceite e ilusión, iba sacando adelante. Es mi padrino, sí, soy el ahijado de quien fue “el tigre de Burjassot”, ese motorista de la época de cuya imagen siempre he destacado su nariz y su nuez. De pequeño quería una nuez como la del tigre, pero cuando debuté en el mundo del fútbol y, debido a mi pobre actuación, alguien comentó: ese será el gato de Beniferri, yo pensé: de tal palo…
Entre pensamientos y polvareda, llamó mi atención a lo lejos la peculiar figura de un Renault que se acercaba lleno de alegría. Alegría que le trasmitían sus ocupantes y un colchón nuevo que, bien atado en la baca, permitía incluso que se viese algo de vehículo por debajo. Con unos toques de bocina se saludaron los coches y los de dentro con las manos hicimos lo propio. El viaje era mejor si cabe, pues al ir todos juntos se empezaba a disfrutar antes. Seguramente habría parada en Casinos o en la Dehesa; entonces Vicent y yo sacaríamos el guión del fin de semana para, caso de ser necesario, hacer algún que otro ajuste de agenda y así optimizar (aprovechar de la época) el tiempo.
Ahora ya se podía considerar que la escudería estaba al completo, Renault y Citroën firmaban una alianza que les ayudaría a obtener el premio esperado: no subirían al podio, pero con suerte la cuesta de Pela sí. Esta pequeña subida a mí se me antojaba como el Alpe D’Huez del Tour andillano.

viernes, 4 de mayo de 2012

LIBERTAD

Si la flor crece mejor en su hábitat
que un desierto rodee mi casa.
Incansable, en mi noche,
                              la soñaré.

PITÁGORAS

Quería calcular la magnitud del alma
desconociendo la altura de la vida
y la fría extensión de sus sombras.

Una noche soñó su muerte,
recorrió este lado terreno, exiguo,
que forma un ángulo recto con otro lado mayor,
en el confín del aire. Observó desde el vértice
cómo arraiga el esqueje de un nuevo horizonte
que cuadra y suma los dos lados. Y en su raíz
halló el tiempo que no vemos -el techo del alma-,
la hipotenusa de un silencio sin alimento,
el lado que cierra un universo triangular
que despierta en la armonía de los números.

Obediente en la mañana
esa inmortalidad que siempre defendió,
volvió con el teorema en su mente,
y pudo dibujar el plano de una casa.

Y en un sueño de eternidad,
con tierra de la isla de Samos, aire y fuego de Crotona
y lágrimas del mar Egeo, forjó entre el azul y el averno
esa casa que luce un pentágono estrellado en su fachada,
donde el alma
ávida de una cárcel carnal que la encierre
entre sus transmigraciones duerme.
Donde el alma viene y va hasta que redimida
en una greca del tiempo desaparece.

Con este poema, no obstante:
ni la geometría muere, ni el escepticismo sueña.



jueves, 3 de mayo de 2012

DOBLE SOLEDAD

Sólo en la soledad más sola
nos arrastra la mano de otro muerto.

Hay el eco de risas en unos labios hechos lápida,
y esos ojos sin niños en sus globos.

Y no hay nada más solo que dos muertos, nada.

Y no hay nada más triste que sentir
a la muerte dos veces, siendo uno sólo.



miércoles, 2 de mayo de 2012


SOMBRAS

Hay días en los cuales somos topos
        sesgando a dentelladas las raíces
del árbol que la vida representa.            

Hay días que no cuentan con nosotros
relegan todo el tiempo en su reloj
        y arrancan de la muerte casi nada.
               
Hay días que acontecen sólo allí
donde la luz del Sol no nos acierta.









LA CASA NEGRA (2008)
Pintura de Sara Gálvez