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lunes, 7 de mayo de 2012

LA VERDADERA HISTORIA DE MI CUERPO



       Tendría unos catorce años cuando, un día, al salir de la ducha, abrí el mueble-espejo del baño para procurarme una tirita que protegiese la pequeña rozadura que llevaba bajo el tobillo derecho. Advertí que maniobrando con las puertas laterales de aquel mueble, se obtenía una perspectiva de mi cara desconocida hasta el momento. Mientras recordaba que a mi padre le servían, durante el afeitado, para dejar sus patillas lo más igualadas posible, contemplé una nariz desconocida, unas orejas muy grandes, una frente amplia y curvada y un pelo repleto de remolinos. Para tener la certeza de que aquel realmente era yo, realicé una serie de muecas cuyo reflejo confirmó mis temores.
       Pensando que aquellos espejos tuviesen algún defecto, busqué otros que me sosegaran. Entonces encontré, en el armario de la habitación de mis padres, un nuevo laboratorio; en la parte posterior de las puertas centrales, dos lunas permitían seguir observando más fallos de fábrica: piernas largas y desiguales, abdomen abultado en exceso, una chepa tremenda y una serie interminable de desproporciones que remataban una asimetría casi "perfecta".
       No sólo me asustaba verme ante los espejos de casa; no soportaba los de ascensores, escaparates, ni siquiera estar delante de cualquier superficie que pudiese devolver vagamente mi imagen. Mi inseguridad aumentaba con los días.
       Pasado el tiempo me convencí de que aquella perspectiva tampoco era la buena; quería saber cómo me percibían los demás. En este intento de continuar investigando, un fotomatón cercano a mi casa se convirtió en mi aliado. Allí dejaba toda la asignación semanal en fotos frontales, de perfil, y, cómo no, en otras donde ensayaba posturas que disimulasen, en la medida de lo posible, cada uno de los innumerables defectos de mi cuerpo procurando siempre que, durante el proceso de secado de las fotos, nadie de los que hacía cola para usar la máquina pudiera verlas.
Ahora, después de muchos años, tengo cámaras de vídeo instaladas por la casa que recogen imágenes mías desde todos los ángulos posibles y que más tarde examino; las paredes y el techo están cubiertos de espejos y pronto una empresa de Barcelona hará lo mismo con el suelo. Así, le hago frente al problema y, al tiempo, descubro en mí nuevas deformidades. Me encuentro mucho mejor y casi he olvidado la época de visitas continuas a psicólogos y psiquiatras. Pronto, muy pronto, mi cabeza terminará por conocer cada una de mis imperfecciones y todo se solucionará: ya tengo localizado al cirujano plástico más celebre del país... Después, se acabarán de una vez los odiosos barracones de feria. Cambiaré de ciudad y, allí, nadie sabrá la verdadera historia de mi cuerpo.

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